Todo comenzó con el sueño de querer dejar el mundo en mejores condiciones de que yo lo encontré y gracias a la vida llegué a Crecemos DIJO, durante mi servicio social ahí me cambió la perspectiva de la vida que llevo, aprendí a servir, a dar más de lo que tengo por mejorar la calidad de vida de las personas, a compartir, de modo que mis conocimientos fueran complementarios y de gran apoyo para institución y a la vez que lo que realizara fuera claro para transmitirlo a los niños y a sus familias y lograr un cambio real en sus estilos de vida. Aprendí a ver más allá de mi bienestar, saber que con sólo un “buenos días” se puede alegrar el día de alguien o por el simple hecho de cruzar miradas la persona se puede llegar a sentir querida y entendida. Después de esta experiencia y de convivir con todas esas familias y sobre todo con los niños, entiendo que México necesita ayuda, necesita gente que quiera trabajar y hacer consiente al resto de los mexicanos de las necesidades que hay en el país, por eso se que Crecemos lo está haciendo bien.
En Crecemos DIJO tuve la oportunidad de convivir con muchos niños, conocerlos, jugar y aprender de ellos. Durante todo ese tiempo en el comedor, hubo 3 niños, que con sólo mirarlos me robaron el corazón. Sus nombres son Andrea de 12 años, Julieta de 10 años y Juan de 4 años. Conforme pasaban las semanas pude ir conociéndolos más a profundidad y conocí un poco de su historia. Llevan una vida difícil, con bajos recursos económicos provocando no tener comida durante días enteros. Había veces que Andrea nos contaba que la única comida que hacía al día era la que se les da en el comedor de Crecemos DIJO que hace una gran labor al dar acompañamiento y comida para estas familias, ahí mismo aprendí que estos niños también buscan cariño, comprensión y acompañamiento que con el paso de las semanas fue creciendo cada vez más entre nosotros.
Ya que en Crecemos DIJO les ofrecen clases extraescolares, July y Andrea asistían a clase de pintura cada martes a las 9 de la mañana y a las 11 que terminaba su clase, llegaban con un dibujo para nosotras, que sabías que aun cuando realizábamos pequeñas acciones como abrazarlos, dibujar con ellos y enseñarles un poco lo que era nuestro trabajo, era más que suficiente para sentirse agradecidos. Juan, durante estas horas donde sus hermanas iban a clases, se quedaba con nosotras en el consultorio, ahí le enseñe a escribir su nombre y a reconocer algunos de sus colores favoritos en inglés. Cada día que pasaba los incitábamos a asistir a la escuela y a abrirse las puertas a nuevas oportunidades a través de lo que Crecemos DIJO les ofrece y les da el apoyo.
Gaby, que era una niña de 6 años la cual, al momento en que yo por primera vez vi en el comedor, me percate que tenía una desnutrición leve y que le constaba mucho trabajo comer me encargue de diario, sentarme a lado de ella durante su desayuno y platicar con ella, preguntarle acerca de su día anterior y a enseñarle a comer, poco a poco estas pequeñas acciones hacían que ella llegara con otra actitud al comedor, que comiera sus alimentos completos y que poco a poco se fuera nutriendo; cada mañana me buscaba para que la abrazara y le diera los buenos días (incluyendo una estrella en la frente por haber completado su comida y ser una niña bien portada).Cabe mencionar que la forma de trabajar en el comedor comunitario es magnifica, las mamás apoyan a la elaboración y limpieza del mismo en forma de gratitud hacia la institución, eso hace que el sentido de comunidad sea mucho más fuerte y agradable estar ahí.
Al llegar la última semana de trabajo en Oaxaca, nos percatamos de que Juan traía el dedo meñique lastimado y que, al parecer, un bicho lo mordió y le provocó un absceso por lo que decidí poner en práctica mis conocimientos de primeros auxilios y limpiar su dedo hasta que todo el veneno y la infección sanara. Lo mas impresionante de esto es que aún cuando a Juan le dolía mucho mover su dedo y sobre todo la curación que le estaba realizando, el continuó sonriendo y me dijo –Si me duele, yo se que lo haces por mi bien. Estas palabras me llegaron al corazón.
Semana tras semana, a las 12 del día, los niños al salir de sus clases extraescolares pasaban al consultorio a despedirse de nosotras y a desearnos un buen día, sin duda son pequeñas acciones que contribuyen a que en efecto sea un buen día, todo esto culminaba con un beso y un abrazo muy apretado y sincero, de esos que son de corazón a corazón.
Se acercaba el final de esta maravillosa experiencia y día con día debíamos decirles a los niños que era momento de regresar a nuestras casas, con nuestras familias. En el caso de Gaby, desde el inicio de esa ultima semana no había día y mañana en el que no llorara y me dijera que le prometiera que jamás la iba a olvidar, que en poco tiempo me convertí en una de sus mejores amigas. Para los niños puntuales de las 12, que entre ellos se encontraba una niña llamada Cecilia con la cual me sentí plenamente identificada, me pedía que prometiera regresar y ayudarle más a seguir perdiendo peso. Cada lagrima derramada por cada uno de los niños y de las mamás se impregnaron en mi corazón, es gente muy agradecida, muy necesitada de cariño y atención o por lo menos de un acompañamiento personalizado a las necesidades de sus familias, ese cariño que solo Crecemos DIJO sabe brindar. Al terminar de despedirnos de todos ellos, llegó el momento de decir adiós a Andrea, Julieta y Juan, nuestros compañeros de trabajo durante el día, Andrea como despedida me peinó y me hizo su trenza favorita, Julieta escribió una carta diciendo que me quería mucho y que siempre se iba a acordar de mi y Juan, con esos pequeños ojos de amor y cariño, derramando pequeñas lágrimas me abrazó y pronunció –Adiós Ana, te voy a extrañar mucho.
Lo más duro de vivir experiencias tan enriquecedoras es que llegan a su final. Crecemos DIJO fue y será siempre un lugar muy especial para mi, me enseñó a valorar, a querer, a crecer pero sobre todo a ayudar. Bien dicen que todo acto de amor que ofrezcas sea sin esperar recibir algo a cambio, el mejor pago es dar de la abundancia que hay en cada uno de nosotros y Crecemos DIJO lo sabe muy bien. Mi mayor miedo en la vida es no trascender, no haber hecho algo lo suficientemente bueno como para cambiarle la vida a alguien, pero Crecemos DIJO lo hizo todo, hizo de mi verano una experiecia irremplazable, pero sobre todo hizo una serendipia (proceso accidental e inesperado por el cual descubrimos algo que en realidad no estábamos buscando) con mi vida,estoy segura que cada una de las personas que trabajamos ahí dimos, damos y darémos todo de nosotros para seguir ayudando y logrando un cambio porque nuestra gente y nuestro país lo merecen. Cada uno de los niños, de los abrazos, de las mamás y los agradecimientos se quedan en mi corazón. Me prometo regresar, seguir ayudando a mejorar el mundo de esta manera tan linda y gratificante que lo hace Crecemos DIJO y contribuir a esta causa tan llena de amor.
Ana Elisa Lam
Estudiante de la Universidad Ibero
Realizó sus prácticas profesionales en Crecemos DIJO en 2018.
¡Muchas felicidades!